El
pasado sábado 23 de mayo se celebraba en Viena la 60 edición del Festival de
Eurovisión. El respresentante de Suecia, Mans Zelmerlöw, se alzaba con el
triunfo vestido con un pantalón negro de cuero y una camiseta gris de
manga larga. Su naturalidad y frescura convenció, marcando un nuevo rumbo en la
estética de la gala, puesto que dejó claro que para ganar no hace falta ni
artificios ni adornos.
Esta
edición muchos de los países concursantes optaron por vestir a sus
representantes con ropa de calle o vestidos sencillos. No hemos visto diseños
extravagantes, circenses o disfraces como en ediciones anteriores: es el
triunfo de lo normal.
Edurne,
representante de España, optó por dos modelos: el primero, una capa roja que
después se quitaba para ofrecernos el segundo, un precioso vestido en tono
verde agua bordado en cristal, ambos del diseñador José Fuentes. Para el
desfile inaugural Edurne optó por un diseño en azul brillante del mismo
diseñador.
Todos
los participantes utilizaron el mismo modelo de las semifinales y los ensayos
para la actuación de la final, salvo Elhaida Dani, representante de Albania,
quien cambió el mono con capa brillante de la semifinal por un vestido negro
con falsos escotes velados por transparencias.
Con
cada una de las apariciones que hizo a lo largo de la gala la ganadora del año
pasado, Conchita Wurst apareció con un modelito diferente, cambiando incluso de
peinado (peluca). Ella es una diva.
Sin
embargo, esta edición estuvo marcada sobre todo por la ausencia de color, pues,
la mayoría de los participantes utilizaron el blanco y el negro con líneas
sencillas y elegantes, excepción hecha de los representantes de Reino Unido,
quienes portaron trajes con led ya pasados de moda y fuera de lugar.
Por
último, queremos destacar a Aminata, representante de Letonia, que llevó un
vestido muy llamativo en rojo intenso con una enorme cola que llenaba el
escenario.
Una
edición marcada por la calidad de los temas musicales, la sencillez en la
puesta en escena y la voz como protagonista.
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